Había llegado el otoño y aquel árbol que tan bonito había lucido meses atrás, se había quedado sin hojas. Estaba tan triste... ¡todo el mundo pensaría que era un árbol feísimo!
Entonces, le dijo al Sol: Tú, que eres tan poderoso, ¿puedes darme hojas?. El Sol le contestó: Yo no puedo dar hojas a los árboles. Ve tú a buscarlas. Y el arbolito dijo: No puedo, mis pies están clavados al suelo.
Otro día, le dijo al Viento Gris: Tú, que eres tan poderoso, ¡dame algunas hojas! Y el Viento Gris le contestó: Yo se quitar las hojas de los árboles, pero no se cómo se ponen. No puedo ayudarte.
Cuando el arbolito ya había perdido toda esperanza, unos niños muy alegres se pusieron a jugar y a cantar muy cerca de él. Les preguntó: Niños, vosotros que parecéis muy alegres y contentos, ¿podéis darme hojas? Y los niños contestaron: ¡Pues claro! Te vestiremos con bonitas hojas de colores para que seas un árbol precioso y nunca estés triste.
(Adaptación de una versión libre de un cuento de Fernando Alonso)
Y... ¡Así de bien lo pasamos decorando nuestro árbol del otoño!
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